Todos hemos salido de reuniones pensando indignados que lo allí hablado se podría haber comunicado en un correo electrónico.
Una forma de eludir las quejas sobre tus propias reuniones consiste en asegurarte de que estés en verdadera disposición de dejar caer algo en el calendario (y no solo porque sientas que ya toca quedar para hablar).
¿Cómo puedes distinguir en qué parte de ese espectro te encuentras? Guíate por las siguientes señales para diagnosticar tu propia situación y determinar si una reunión de equipo es realmente necesaria o no.
Programa esa reunión si...
1. Tienes un objetivo claro.
Toda reunión necesita una misión o un objetivo claros. De lo contrario, no tiene ningún sentido reunirse. ¿Qué pretendes conseguir? ¿Quieres solucionar un problema? ¿Planificar un cronograma? ¿Analizar un desafío? ¿Hacer una lluvia de ideas? Procura poder apuntar a una conclusión clara antes de agendar una reunión en el calendario. Si puedes hacerlo, prográmala.
2. Has elaborado un orden del día.
En cuanto te hayas embarcado en tu objetivo, este no debería ser ningún secreto: pon al corriente al resto del equipo de lo que hablaréis y de lo que pretendéis hacer. La mayor trampa en la que caen los organizadores de reuniones es en empezar la casa por el tejado. Reservan una franja horaria para una reunión y luego tratan de averiguar cómo rellenarla. En lugar de eso, resulta más inteligente planificar primero el orden del día y luego programar la duración de la reunión para ajustar el tiempo en consecuencia. ¿Tienes a mano el orden del día? Si es así, programa la reunión.
3. Sabes exactamente a quién tienes que invitar.
No hay nada peor que verse en la obligación de soportar una reunión que no tiene absolutamente nada que ver contigo. Este es otro de los motivos por los que resulta útil planificar de antemano el orden del día: porque saber lo que quieres debatir te permite entender bien a quién tienes que invitar. Por lo tanto, si sabes con exactitud quién debe estar presente, probablemente tendrás una imagen sólida de todas las demás cuestiones básicas. La reserva de ese tiempo estará justificada.
Sáltate esa reunión si...
1. Solo vas a transmitir información.
¿Solo tienes que comunicar una actualización sobre el proyecto o informarles a todos que has cambiado el menú de pizza por tacos? ¿Tienes una breve actualización o información que probablemente no propicie ningún debate? Para eso ya tienes el correo electrónico o una plataforma de mensajería instantánea. Es mucho más rápido que reunir a todos. Además, de este modo, el personal cuenta con algo que pueden volver a consultar si se les olvida algo. Existen unas cuantas excepciones a esta regla: piensa en las reuniones generales y de la ejecutiva de la empresa.
2. Vas a organizarla solo porque sí.
Puede parecer dolorosamente obvio cuando lo lees por escrito, pero sucede con más frecuencia de lo que piensas, sobre todo en el caso de las reuniones periódicas o programadas con regularidad. Estos huecos constantes en el calendario pueden acabar convirtiéndose en sesiones de puesta en común o actualizaciones del estado glorificadas, en lugar de en conversaciones productivas. Por lo tanto, si tienes una reunión periódica en el calendario del equipo, procura reevaluarla asiduamente para asegurarte de que el tiempo invertido en ella merezca de verdad la pena.
3. No has hecho los deberes para preparártela.
¿Tienes listos para usar materiales de apoyo como, por ejemplo, un resumen creativo, una presentación de diapositivas o cualquier otra cosa que necesites para transmitir tu mensaje? ¿Has planificado el orden del día y lo tienes preparado para comunicarlo? Si no, es demasiado pronto para programar la reunión. Está claro que podrías tener un poco de tiempo libre para preparar todo eso después de concertar una hora, pero es habitual que prepararlo todo te lleve más tiempo de lo previsto, y no te interesa para nada consumir tiempo de la reunión con la mitad de lo que necesitas por hacer.